martes, 11 de diciembre de 2007

Los ritmos de la muerte

Lo que sucedió en 1958 en un laboratorio subterráneo cercano a Boulder (Colorado) permanecerá probablemente para siempre sumido en la bruma del misterio. Sin embargo, testimonios y conjeturas de testigos y supervivientes han permitido que algunos miembros del Ejército de los Estados Unidos de América reconstruyan con cierta verosimilitud lo acontecido.

El físico Thomas Berlensky y el biólogo Mark Shears llevaban años investigando los efectos de ciertos tipos de ondas sonoras sobre el organismo humano, especialmente el cerebro. Sus experimentos mostraban que determinadas frecuencias podían afectar los tejidos orgánicos de las más variadas formas y esto captó inmediatamente la atención del Ejército norteamericano. Se les ofrecieron unas instalaciones militares donde llevar a cabo sus investigaciones y una suculenta subvención con la que financiarlas. En pocos meses, el laboratorio era operativo y funcionaba a pleno rendimiento. Berlensky y Shears comenzaron por seleccionar soldados voluntarios para crear dos grupos de veinticinco personas con los que comenzar sus experimentos con frecuencias alejadas del umbral de percepción humano. Para ello, alojaron a los primeros sujetos en un dormitorio común que era bombardeado durante la noche con frecuencias de todo tipo. El segundo grupo fue alojado en un dormitorio de iguales características completamente blindado a todo tipo de sonidos externos. A todos los sujetos se les dijo que el experimento pretendía investigar la dinámica de grupo en las tripulaciones de submarinos.

Los experimentadores comenzaron a emitir sonidos de frecuencia tanto superior como inferior al espectro audible cada noche durante un mes. Los soldados ocupaban los días confinados en sus instalaciones sin tener la menor conciencia de ello. Para ocupar su tiempo, se les pasaban diversos tests y se les hacía interpretar diversos roles relacionados con la dotación de los submarinos de la Marina norteamericana. El personal del laboratorio iba apuntando concienzudamente los datos relativos a los sonidos que se empleaban cada noche en el dormitorio del grupo experimental y seguía todos sus movimientos por un circuito cerrado de televisión. En el día 34 del experimento sucedió algo anormal.

Dos soldados comenzaron una pelea en el grupo experimental. Al poco tiempo, prácticamente todo el grupo participaba en ella. Los experimentadores observaron sobrecogidos como el nivel de violencia empleada por los soldados en la pelea alcanzaba cotas absolutamente desmedidas. A pesar de carecer de ellas, se utilizaron todo tipo de objetos como armas. Algunos soldados se autoagredían de las formas más brutales. Otros seguían golpeando y mutilando los cadáveres de sus compañeros. Se desmembraron cuerpos y se practicó el canibalismo. Cuando se enviaron guardias armados para poner fin a la lucha, estos fueron salvajemente agredidos y reducidos. Finalmente, cincuenta hombres armados pudieron entrar en las instalaciones del grupo experimental y reducir a los escasos supervivientes enloquecidos. Como resultado del experimento Berlensky/Shears, diecinueve hombres habían muerto y seis tuvieron daños cerebrales irreversibles.

Tras el incidente, el ejército puso en marcha diversos protocolos de seguridad que prohibieron toda alusión a los resultados, los motivos o las consecuencias del experimento. Berlinsky y Shears murieron sin haber roto jamás su voto de silencio. Probablemente jamás se sabrá qué fue lo que llevó a aquellos veinticinco hombres a convertirse en bestias sanguinarias tras un mes de estar sometidos a bombardeos sónicos de subfrecuencias. Quizá es mejor que sea así.

martes, 4 de diciembre de 2007

El increíble viaje del distoma hepático


Nunca he compartido el aserto según el cual la realidad es superior a la ficción. Sin embargo, tras haber tenido noticia del extraordinario caso del distoma hepático del cordero, no puedo sino rendir mi más sincero homenaje a esa fuente inagotable de fantasía que en ocasiones puede ser la realidad, y concederle lleno de alborozo un sentimiento de pura admiración estética. Los que por costumbre dan rienda suelta al vuelo de las ideas o al sueño poético no imaginaron nunca un fenómeno tan sutil y sofisticado; los astrólogos que con sus catalejos apuntan al cosmos jamás concibieron una maravilla de tales magnitudes; y el mismísimo Ulises de los viajes homéricos se vuelve un aficionado itinerante comparado con el protagonista de esta historia: el parásito microscópico conocido como distoma hepático.

Esta criatura anida en el hígado de los corderos, y obtiene así su indecorosa entrada al mundo cuando el ganado tiene a bien expulsar las heces. Por obra de una inconcebible habilidad en el manejo de los elementos, los distomas saben fermentar el estiércol animal hasta el punto de convertirlo en un exquisito bocado que invariablemente atraerá a una determinada especie de caracol. De este modo los distomas permanecen en tierra, orgullosamente afianzados en el apetitoso fermento de su manufactura, y aguardan el inicio de su heroica odisea. No es sino hasta la llegada de los caracoles cuando el minúsculo parásito ve la oportunidad de dar continuidad a su peripecia. Al alimentarse de los excrementos, los caracoles engullen en el proceso a los distomas, que acceden triunfantes a su segunda morada. Una vez allí, liberan una sustancia irritante que hace al caracol expulsar cantidades ingentes de baba, que los parásitos utilizarán como vehículo para regresar a tierra firme y esperar allí la llegada de las hormigas, las cuales, por su parte, se sienten irresistiblemente atraídas por esta baba. Tras darse un atracón de baba de caracol, las luculianas hormigas ingieren al distoma hepático, que establecerá su nueva residencia temporalmente en el intestino de este insecto.

Como si de un pelotón militar rigurosamente entrenado se tratara, los distomas proceden entonces a una de sus mayores hazañas (aunque no la más sorprendente, como veremos luego): con la pericia de expertos cirujanos, cada uno de los individuos practica una abertura en el intestino de la hormiga, por donde acceden a la cavidad abdominal de su anfitrión. Semejante operación causaría la muerte inmediata de la hormiga, si no fuera porque los distomas son capaces de suturar y sanar la herida tras su paso. Luego los distomas enviarán al más aventajado de sus exploradores hacia un solitario pero importantísimo destino: el cerebro de la hormiga. Y aquí llegamos al punto más extraordinario y fabuloso jamás concebido en la historia natural: sin disponer de antecedentes, mapa de ruta o libro de instrucciones alguno, el distoma explorador procede a intervenir y reprogramar los inextricables conectores cerebrales de la hormiga, con el fin de modificar su comportamiento. No es sino hasta la noche cuando la hormiga, cuya conducta diurna no haría sospechar nada fuera de lo normal, lejos de reunirse con sus congéneres en el hormiguero, se encamina en solitario hacia lo alto de un preciso arbusto que por ende es el plato favorito de las ovejas… Y es así como, no bien ha amanecido y los pastores sacan sus rebaños a pastar, los rumiantes acuden con presteza al arbusto para alimentarse, sin saber que con su desayuno llega a su cenit el increíble viaje circular de los distomas.


“Para el minúsculo parásito, ese peligroso viaje representa una distancia casi cósmica, y en su recorrido realiza unas hazañas al lado de las cuales el alunizaje del hombre no es más que una elemental carrera de sacos”, dice con gran acierto el escritor alemán Ernest W. Heine.

En efecto, la capacidad que poseen estos parásitos microscópicos para manipular e intervenir el cerebro y la conducta de sus huéspedes supera con creces toda aspiración humana de dominación sobre sus semejantes. Asimismo, las facultades del hombre quedan en entredicho ante el complejo plan de ruta y las proezas técnicas sin parangón a las que hace frente en su viaje el distoma hepático del cordero, verdadero culmen de las especies, cuyos méritos lo convierten en el más digno a la vez que siniestro heredero de la evolución natural. ©

jueves, 18 de octubre de 2007

La abominación del bibliotecario


El nombre de Gregorio Espinosa no pasará a los anales por haber protagonizado hazañas intrépidas, ni por haber dado origen a obras canónicas, literarias o de cualquier clase de su puño y firma. Su afán fue más parecido al del diletante, al del ávido intérprete y el coleccionista de rarezas. Y como tal, el suyo no es un arte menos refinado y necesario.

Durante veinticinco años Gregorio Espinosa estuvo a cargo de la Biblioteca Municipal de una pequeña población en el municipio de Zamora. Antes de eso, nuestro héroe había desempeñado con diligente orgullo tareas tan diversas como archivador, contable o secretario, y durante cuatro denodados años fue albacea para distintas personalidades docentes y del mundo de la investigación, llevando a término trabajos en ocasiones para universidades y academias que se disputaban sus servicios. Pero Gregorio era avaro con sus múltiples y animosos mecenas, sirviendo a sus requerimientos durante cortos periodos de tiempo y declinando en repetidas veces sus ofertas para alzar el vuelo, como si de una fantástica y huraña ave de los paraísos sapienciales se tratase, hacia los que eran sus verdaderos y más íntimos intereses.

Desde muy joven, Gregorio cultivó un vivo interés por los libros codificados, aunque lo cierto es que nadie sabía de la estrafalaria ocupación que llevaba en secreto el albacea (sin contar a sus progenitores, muertos y enterrados, y algunos allegados de la familia que dicen no recordar nada del asunto). Edgardo Alemán, quien fuera profesor de matemáticas de Gregorio en la escuela de secundaria, ha aportado relevantes informaciones en lo referente a su imprecisa y en última instancia oscura biografía, trayendo a colación el día que le regaló un libro de dialectos tribales del África occidental: en cuestión de unas pocas semanas, Gregorio fue capaz de traducir y entender sin dificultad los dialectos de ese libro. A los dieciocho años, Gregorio comprendía perfectamente el lenguaje cirílico, hebreo antiguo, griego clásico, latín, buena parte de las lenguas romances, ideogramas chinos y jeroglíficos egipcios. Con el tiempo, llegaría a dominar el cifrado de letras, el cifrado con libro de códigos, la esteganografía, así como lenguas políglotas y/o artificiales, y solía transcribir extensos textos en código binario por mero pasatiempos.

Pese a todo, y como ya se ha dicho, Gregorio nunca empleó este prodigioso don por ánimo de lucro, limitándose a llevar una vida anodina y discreta en el pueblo donde vivía. Tras su muerte, las autoridades que procedieron a la habilitación de su domicilio encontraron una nutrida biblioteca de libros codificados, así como un archivo y numerosos anaqueles de trabajos realizados por Gregorio acerca de esos libros. Incapaces de comprender la importancia de su legado, las autoridades embalaron y archivaron los libros y trabajos de Gregorio en el depósito del ayuntamiento hasta que, quince años más tarde, el profesor Gérard Le Corvec de la Universidad de Lyón se avino a estudiarlos por casualidad. Entre los ejemplares que Gregorio guardaba con celo en su biblioteca se hallaba el intitulado opúsculo perdido de la Biblioteca Nacional de París (obra escrita en un lenguaje desconocido y que presumiblemente trataría sobre magia y alquimia); varias ediciones del Manuscrito Voynich; obras originales de Roger Bacon y Ramón Llull; la Stenographia de Johannes Tritemius; el Tratado de navegación de Leonardo DaVinci; diversos tomos de Nicolás Flamel y un largo etcétera de obras encriptadas, que el portentoso bibliotecario había traducido e interpretado a lo largo de panzudos archivos y transcripciones.

Pero la hazaña de Gregorio no fue descifrar todos esos lenguajes arduos, que en su mayoría ya habían sido descifrados en su día (a excepción del mencionado opúsculo de la Biblioteca Nacional de París y el cifrado Dorabella de sir Edward William Elgar), sino la manera por la cual él mismo se encargaría de hacer más hermético, si cabe, el contenido de esos libros. Tras la primera e infructuosa inspección del profesor Le Corvec, los trabajos de Gregorio han sido remitidos a decenas de lingüistas, eruditos y expertos decodificadores de todo el mundo, pero ninguno ha logrado avanzar un ápice en lo concerniente al denominado lenguaje del bibliotecario o código G. Este impensable lenguaje, inventado por nuestro protagonista en la intimidad de su devoción por las letras, no fue ideado para esclarecer o representar un sistema de símbolos velado (y si lo fue, no se ha encontrado hasta el momento la clave capaz de otorgarle sentido); por el contrario, el inextricable lenguaje del bibliotecario hace aún más esquivos e incomprensibles los textos sobre los que trata, y sigue siendo en la actualidad el más eficaz de los lenguajes encriptados por el hombre. ©


viernes, 21 de septiembre de 2007

Los cuadradores del círculo

La historia de la relación del diámetro con la circunferencia es tal vez uno de los idilios más tormentosos y extravagantes en la historia pasional de las ciencias. Semejante problema se define de la siguiente manera: “Dado un círculo, intentar construir por medio de un número finito de operaciones, un cuadrado que tenga un área equivalente, utilizando únicamente la regla y el compás.” Dicho problema ha traído de cabeza a los matemáticos y geómetras a lo largo de los siglos, y, si bien los griegos ya se mofaban de la cuadratura del círculo, no han faltado fenomenales intentos de llevar a término este imposible hasta tiempos bien recientes. El señor Bloom de la novela Ulyses creía que el gobierno británico ofrecía una dotación de un millón de libras esterlinas por la solución del secular problem, pero no hace falta ser un personaje de ficción para tratar de darle carta de caducidad a este problema, si bien por motivaciones no tan cercanas al lucro económico como al afán de fama histórica o a la simple vanidad intelectual.


En 1775, la Academia de Ciencias de París tuvo que levantar un veto ante la incesante avalancha de desaguisados y teoremas fallidos que les llegaban de toda clase de pseudomatemáticos. No fue hasta 1892, año en que Lindemann demostró la trascendencia del número pi, cuando quedó probada la imposibilidad de la cuadratura. Lo cual no sería óbice para que autores como L. Karcher publicasen tratados bajo nombres sensacionales como La quadrature du cercle, solution rationelle et practique; Bola misteriosa o geométrica de dos mil quinientas facetas y cuatro puntos de vista diferentes de Delhommeau, y un largo etcétera.

Entre los cuadradores del círculo encontramos un atiborrado carrusel de personalidades excéntricas y comúnmente afines a lo que Raymond Queneau designó como “locos literarios”. Pierre Houstremé, aparte de reivindicar la cuadratura del círculo, fue autor de un nutrido conjunto de despropósitos planteados con toda seriedad en sus obras, tales como “la Tierra no gira alrededor del Sol”, “no hay manchas en el Sol”, “ni espermatozoides en el esperma”…

Para N. J. Sarrasin, el teorema de Pitágoras era “un absurdo que no tiene nombre y que es a la vez lo más abyecto de nuestras matemáticas y de la mente humana”. Según él, la relación de la circunferencia con el diámetro era de 256 a 81, y afirmaba que los súcubos y los íncubos son figuras geométricas.

El padre Térence Joseph O’Donnelly, además de solucionar el problema que nos ocupa, decía haber descubierto la lengua original de la humanidad.

Joseph Lacomme dio una solución al problema de la cuadratura: π = 25/8, que es aún menos aproximada que la ofrecida por Arquímedes 20 siglos antes que él. No sabía leer y escribir, y era un asiduo de los calabozos y manicomios de Francia, todo lo cual no impidió que la Sociedad de las Ciencias y las Artes de París le concediera una medalla y publicara su “método” unas quince veces.

Onorato Gionatti se describía a sí mismo como “pobre de nacimiento”, “de profesión ignorante”. Afirmaba que Dios le había encomendado la tarea de la sagrada cuadratura, retaba a la Asamblea Nacional a resolver acertijos de aritmética y geometría, y ponderaba otras realizaciones imposibles como la trisección del ángulo y el cuadrado de la hipotenusa.

Pero el más divino entre la fanfarria de los locos cuadradores fue sin duda Jean Pierre Aimé Lucas, para quien “el área del círculo es totalmente independiente del número pi”. Distorsionando por completo las matemáticas en una proeza de delirio esquizoide, también negaba la equivalencia de las pirámides, así como la existencia de la “presunta curva llamada hipérbole”. Decía haber descubierto la “naturaleza metafísica” del círculo, solía extraer de sus propios sueños la solución a los problemas y se vanagloriaba de confeccionar zapatos sin costuras, entre otras muchas habilidades. Además era un consumado artista de la pompa y fastuosidad de la palabra, al aseverar que su obra carecía por completo de errores, o en declaraciones alucinantes como la dirigida al Institute de París: “Geómetras presentes y futuros, nunca lo superaréis; extenderé yo solo, solo, enteraos bien, la ciencia hasta sus últimos límites. ¿Sabéis por qué? Os lo voy a decir por si no lo sabéis: es porque yo soy el autor de la cuadratura del círculo.” Y termina su folleto de manera espectacular: “Seguro de la victoria, tomo, sin más demora, mi título inmortal que nadie en el mundo puede negarme: El autor de la cuadratura del círculo (J.P.A. Lucas).”

Ante tales osadías y desbarres pseudocientíficos, no podemos sino suscribir aquellas líneas de A. Calamell en La cuadrature du cercle ou les constructions élémentaires de la Géometrié: “No hay duda de que la historia completa de la locura de los cuadradores del círculo, sería también la historia más singular y más curiosa de los disparates de la mente humana.”

Pese a todo, aun es posible que la aspiración por trascender y domeñar los mecanismos geométricos del cosmos represente una antigua pulsión humana, el innominado y nebuloso deseo de todos esos fabuladores del compás y la regla que, sin otro elemento que la imperfecta razón, soñaron con un ideal de perfección. ©

viernes, 31 de agosto de 2007

Un precursor fallido

Suele darse por sentado que Marco Polo fue el primer y gran descubridor de Oriente, así como el primero en trazar las rutas asiáticas y visitar la corte de los mongoles. Sin embargo, hubo un viajero que le antecedió en dicha gesta, aunque sólo los estudiosos conozcan hoy de su existencia.


Giovanni da Pian del Carpini era un fraile franciscano procedente de Umbria. De sus buenas relaciones con el papa Inocencio IV obtuvo el honor de ser designado como embajador de Roma en un viaje que lo llevaría hasta el país de los mongoles, a tiempo de asistir a la coronación del gran kan Guyuk y presentarle un documento firmado por el Papa. Corría el año 1246. El día de su partida, Del Carpini contaba más de sesenta años, pero esto no le impediría cruzar las montañas del Hindukush en un lance de arrojo sin precedentes, ni atravesar airoso penurias y calamidades hasta llegarse felizmente a la tierra prometida.

El kan Guyuk lo recibió con todos los honores a él y a los oficiales que lo acompañaban, y se cuenta que puso a disposición del fraile un grupo de concubinas bien adiestradas en las artes amatorias, aunque Del Carpini se abstuvo amablemente de complacer al monarca en este punto.

Más tarde el fraile itinerante describiría las vivencias de ese viaje en un libro titulado Liber Tartarorum, considerado hoy en día una de las perlas de la literatura medieval. Del Carpini, habituado a la opulencia de la santa Iglesia, probablemente no hallaría gran asombro ante los excesos que rodeaban al kan y su ceremonia, pero no obstante describió en su libro las riquezas y solemnidad que exhibían la mayoría de sus capitanes. Durante la ceremonia, Del Carpini trató de convencer al monarca para que se convirtiera al cristianismo, para lo cual hizo que le leyeran el documento confiado por el Papa. El geógrafo veneciano Fra Mauro diría de ese documento que era “un interesante ejercicio de arrogancia cultural”, y que decía así:

“Debéis venir vos mismo a la cabeza de vuestros reyes y demostrarnos vuestra fidelidad y lealtad. Y si desdeñáis la orden de Dios y desobedecéis nuestras instrucciones, os consideraremos nuestro enemigo.”

“Vosotros –contestó el kan consternado--, habitantes de los países de Occidente, os consideráis los únicos cristianos y nos despreciáis. ¿Cómo sabéis quién es digno ante Dios de participar de su misericordia? Cuando os decís: ‘Yo soy un cristiano, rezo a Dios y le sirvo y odio a los demás’, ¿cómo sabéis a quién considera justo Dios y con quién se mostrará misericordioso?”

Tras esto Del Carpini tomó el viaje de regreso y llegó a Kiev en junio de 1247, siete años antes del nacimiento de Marco Polo. Se cuenta que cuando finalmente pudo reunirse con el papa Inocencio en la capital cristiana, el fraile se mostró muy apesadumbrado. El Papa le preguntó por el motivo que lo afligía, y Del Carpini, hombre conocido por la parquedad y templanza de sus dictámenes, le contestó con las siguientes palabras: “Demasiado tarde, su Santidad. Parece ser que Dios llegó a un trato con el kan antes que nosotros.” ©


jueves, 30 de agosto de 2007

Norton I, Emperador de los Estados Unidos de América

El 3 de octubre de 1859, Joshua Abraham Norton se proclamó a sí mismo Emperador de los Estados Unidos con el nombre de Norton I en la ciudad californiana de San Francisco. Norton, inglés de nacimiento, había hecho fortuna en Sudamérica pero perdió todo su dinero tras invertirlo en una plantación de arroz en Perú. Tras estar desaparecido de la vida pública durante unos años (para escapar de sus acreedores, según sus biógrafos), regresó al cabo de los años para reclamar el título que según su propia visión de las cosas le correspondía como monarca de los nacientes Estados Unidos de América.

Durante los 21 años que duró su reinado, Norton I fue acogido con entusiasmo por los ciudadanos de San Francisco quienes, llevados de su celo monárquico, llegaron a acuñar moneda con la cara de Norton I y a darle curso legal en la ciudad. Norton I, contó siempre con la simpatía y el cariño de sus súbditos aunque no consiguió el reconocimiento diplomático del resto de naciones del globo.

Entre los numerosos edictos y decretos que promulgó durante su reinado, se hallan las constantes reclamaciones al ejército para que disolviese las cámaras de representantes mediante el uso de la fuerza si llegase a ser necesario; la exhortación a las iglesias Católica Romana y Protestante para que le coronasen emperador en sendas ceremonias oficiales; la abolición de los partidos Republicano y Demócrata; la prohibición de referirise a la ciudad imperial de San Francisco como "Frisco", penada con la sustanciosa multa de 25 dólares; la propuesta de creación de una Liga de Naciones; la construcción de un puente o túnel que conectase Oakland con San Francisco; la emisión de Bonos Imperiales, pagaderos a un interés del siete por ciento; o la prohibición de cualquier enfrentamiento entre ciudadanos por cuestiones religiosas o raciales. Se dice, incluso, que fue Norton I quién acabó con los constantes enfrentamientos entre las comunidades anglosajona y china de la ciudad.

Norton I no tenía fortuna personal, por lo que vivía de la caridad de sus súbditos. Enfundado en un impresionante traje de gala del ejército, regalo de unos oficiales destinados en el Presidio de San Francisco, Norton I tenía garantizada la entrada a prácticamente cualquier establecimiento de la ciudad. Comía en los mejores restaurantes y no se estrenaba espectáculo teatral o musical en el que no tuviese asientos de honor reservados. Los comercios que le concedían esas prebendas colocaban luego una placa de bronce a su entrada proclamándose con ellas "aprobados por su Alteza Imperial Norton I". Estos sellos imperiales solían conllevar una importante mejora en el éxito comercial de los negocios. En ocasiones se vendieron y compraron placas falsificadas.

En 1869, Norton I fue arrestado por la policía de San Francisco para ser ingresado en un hospital mental. Los disturbios callejeros y la enorme indignación popular llevaron a su inmediata liberación y a la petición de disculpas públicas por parte del jefe de policía. Magnánimo, Norton I otorgó el perdón real tanto al agente que lo detuvo como al resto del departamento de policía y no consideró el incidente más que como una anécdota jocosa. Cuando su uniforme de gala comenzó a mostrar un aspecto viejo y ruinoso, el ayuntamiento de la ciudad decidió pagarle uno nuevo. Como muestra de agradecimiento, Norton I otorgó títulos de nobleza a diversos miembros del consistorio.

El 8 de enero de 1880, Joshua Abraham Norton se desplomó inconsciente en la esquina entre las calles de California y Dupont mientras se dirigía a dar una conferencia en la Academia de Ciencias de San Francisco. Varios policías le trasladaron rápidamente al hospital de la ciudad, pero murió en el trayecto. Al día siguiente, el San Francisco Chronicle publicó la noticia en primera página con el titular: "Le Roi est Morte". El texto de la necrológica decía: "sobre el sucio pavimento, en la oscuridad de la noche lluviosa, Norton I, Emperador de los Estados Unidos de América y Protector de Mexico por la Gracia de Dios, encontró ayer la cristiana muerte". Otros periódicos publicaron semejantes notas necrológicas. Se dice que más de 30.000 personas, desde los más miserables a los más poderosos de entre los ciudadanos de San Francisco acudieron a su funeral, motivo por el que se decretaron dos días de luto oficial en la ciudad.

El hombre que hundió el Titanic

David Blair era un marino británico, destinado a servir en la nave Titanic como segundo oficial. Sin embargo, pocos días antes del fatal viaje inaugural del Titanic, Blair fue transferido a la tripulación de otro barco de la naviera, salvando así su vida. La parte de la historia que nos interesa tiene que ver con una pequeña llave que David Blair olvidó en su bolsillo. Esa llave abría unos pequeños compartimentos ubicados en los puestos de observación donde se encontraban, entre otras cosas, los binoculares destinados a ser usados por parte de los vigías de a bordo. Debido a que Mr. Blair nunca entregó la llave a Charles Lightholler, su sustituto en el Titanic, los vigías del barco nunca pudieron utilizar los prismáticos destinados a facilitar su labor de vigilancia a bordo.

A las 23:45 horas de la noche del 14 de abril de 1912, los vigías a bordo del RMS Titanic vieron un enorme iceberg hacia el que la nave se dirigía irremediablemente. Una espesa niebla y la falta de mejores medios para ayudarles en su tarea (binoculares, por ejemplo) hacían casi imposible ver cualquier objeto que se encontrase a cierta distancia de la nave. Debido a su enorme tamaño, el Titanic no pudo virar a tiempo y pasó rozando el iceberg y adentrándose en la la tragedia tal y como todos sabemos.

En las investigaciones llevadas a cabo tras el hundimiento del Titanic, se llegó a la conclusión de que de haberse hallado en posesión de la llave que les hubiese permitido abrir los compartimentos de los puestos de observación y usar los binoculares disponibles, los vigías podían haber alertado de la presencia del fatídico iceberg con antelación suficiente como para hacer virar la nave de forma segura. Sin saberlo, David Blair había sellado el negro destino del mayor barco jamás construido al olvidar una pequeña llave en el bolsillo de su chaqueta.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Un largo suicidio

Diseminadas por el norte de Japón, pueden encontrarse hasta 12 momias conocidas como Sokushinbutsu expuestas en templos budistas. Estas momias, pertenecientes a monjes seguidores del Shugendo, la antigua tradición budista japonesa, constituyen tal vez la más sólida prueba de entrega voluntaria de la propia vida que se haya visto jamás en una religión.

Durante tres años, los monjes seguían una estricta dieta de frutos secos y semillas al tiempo que practicaban un régimen de dura actividad física para eliminar tanta grasa de su cuerpo como fuese posible. Después, sus alimentos se limitaban sólo a cortezas y raíces y comenzaban a beber un té venenoso hecho con la savia del árbol Urushi, que contiene Urushiol, una sustancia habitualmente empleada en el lacado de piezas de porcelana. La ingestión de este té causaba vómitos y una rápida pérdida de líquidos corporales. Llegado a este punto, el monje se encerraba a sí mismo en un sarcófago de piedra apenas más grande que su propio cuerpo en el que no abandonaría la posición del loto. Cerrado el sarcófago, la única conexión del monje con el mundo exterior consistía en un tubo para respirar y una cuerda para hacer sonar una campanilla. Cada día el monje hacía sonar la campanilla para mostrar a sus compañeros que aún seguía vivo. Cuando la campanilla dejaba de sonar, éstos sellaban la tumba herméticamente.

Este proceso de automomificación era extremadamente largo y doloroso y los pocos monjes que conseguían seguirlo hasta el final eran expuestos en forma de momia a sus compañeros y recibían todas las muestras de respeto posibles. No todos los monjes que decidían seguir este camino de autonegación y control de las sensaciones físicas eran capaces de llegar al final, pero los pocos que lo conseguían alcanzaban el rango de Buda, un estatus semidivino en sus congregaciones, como muestran hoy las enseñanzas de la secta Shingon del budismo japonés.

El estado japonés prohibió el Sokushinbutsu en el siglo XIX, aunque la práctica continuó hasta bien entrado el siglo XX. El gobierno tuvo que prohibir esta curiosa forma de suicidio ante la posibilidad de que millares de monjes budistas decidiesen seguir la senda de la automomificación.

Los jardines imaginarios

El capitán sir Richard Francis Burton (1821-1890) fue uno de los más notables exploradores y eruditos de la última época gloriosa del imperio británico. Entre sus hazañas se cuentan el descubrimiento de las fuentes del Nilo, que llevó a cabo junto al teniente Speke, o la famosa anécdota de su visita a la Ciudad Prohibida de los musulmanes, adonde llegó disfrazado de bereber. Asimismo, Burton fue una de las plumas más prolíficas de la lengua inglesa, y sus obras, que se cuentan por docenas, son un feliz maridaje entre narración antropológica y calidad literaria.

Durante uno de sus viajes por Oriente Medio, Burton vio las fortalezas erigidas en lo alto de acantilados y montañas que, a la manera de gigantes barreras naturales, sirvieron de refugio al Viejo de la Montaña, señor de los hassassin, y donde se hallan también los jardines colgantes que han dado fama a esa región. El guía que a la sazón conducía la expedición era un musulmán natural de las cercanías del río Jordán, llamado Al-Mub Sahlim Bir Dum Rumal Kaser, pero cuyos itinerarios lo habían llevado por casi todo el mundo y era gran conocedor de buena parte de culturas, así como de aquellas tierras llenas de mito. En el interior de una de las fortalezas, habitada por religiosos chiítas que estudiaban el Corán entre sus murallas arenosas, mostró al capitán un prodigioso jardín que los ulemas trabajaban con ahínco. Se componía de un centro espeso de vegetación sobre el cual, sirviéndose de herramientas muy precisas que ellos mismos habían diseñado, elaboraban perfectas formas geométricas, tales como esferas y pirámides, y cuyo trazado estaba ideado según una delineación igualmente geométrica. De este modo, subiendo a una de las murallas que rodeaban la fortaleza y desde la cual se dominaba el gran patio, podían verse los dibujos de octágonos, hexágonos y toda clase de representaciones simbólicas que pueblan el imaginario artístico musulmán. Bellos entramados de líneas y dibujos simétricos, cuerpos tridimensionales, polígonos regulares, obeliscos o cubos emergían de la vegetación.

Burton no especificó o no quiso especificar la localización exacta de este lugar, y hasta la fecha no se han hallado otras menciones o referencias al jardín geométrico entre los libros de ciencias. No es descabellado argumentar que este episodio fuese una fantasía del erudito explorador, introducido en sus anotaciones de viajes como mero divertimento o fabulación antropológica. ©


miércoles, 25 de julio de 2007

El último acorde de Robert Johnson

De todos es conocida la historia de Robert Leroy Johnson (1911-1938), el guitarrista de blues que vendió su alma al Diablo en un cruce de caminos, según cuentan, a cambio de la habilidad para tocar el blues mejor que nadie. Se lo considera uno de los padres originales de este género, y sus piezas siguen interpretándose en la actualidad por músicos de toda especie. “Crossroads”, “Dust my blues”, “Preaching blues” o “Walking blues”, por poner algunos ejemplos, son composiciones que destilan el signo errante y turbulento que gobernó los días del músico del Delta. Testigos presenciales afirmarían que Johnson adquirió de la noche a la mañana una habilidad prodigiosa en el manejo de la guitarra, lo cual contribuiría a reforzar la leyenda en torno a su figura.

Sin embargo pocos saben que Johnson había adquirido la capacidad de ejecutar un acorde extraño y misterioso, que podía provenir de las armonías tribales de sus antepasados africanos. Según el historiador de la música y cultura norteamericanas Murdock Mathaway, un largo historial de maldición y superstición rodeaba la historia del acorde secreto de Johnson. Al parecer, numerosos intérpretes y músicos ambulantes del Mississippi que lo tocaron o incluyeron en sus tonadas habían sido víctimas de muertes horribles, e incluso llegó a estar prohibido por la Iglesia anglicana, después de que un predicador proclamase que el acorde maldito tenía el poder de incitar a las jóvenes al libertinaje y a los varones al crimen y la disipación.

Sea como fuere, el rastro del acorde prohibido de Robert Johnson se extinguió con la muerte del guitarrista. A día de hoy existe una gran incertidumbre en lo referente a la disposición y naturaleza de este acorde, que según Murdock Mathaway se componía de tres dedos sobre el mástil y dos cuerdas tocadas al aire. Durante la década de los sesenta, el controvertido compositor austriaco Wilhelm Krauss llevó a cabo algunas investigaciones sobre el asunto, y averiguó que las relaciones tonales del acorde remitían a las llamadas proporciones áureas de la geometría, así como otras singularidades que relacionaban este acorde con el Hectaedro Cósmico de Tycho Brahe.

La leyenda cuenta que un tabernero celoso envenenó el whisky del guitarrista en la fatal noche de su muerte, aunque otras versiones apuntan a que pudo morir de neumonía o sífilis. Ninguno de estos lamentables finales logró apagar la voz de un autor tan singular, cuyas canciones seguro que vivirán durante el resto de los tiempos. ©

lunes, 23 de julio de 2007

El ladrón precavido

A James Haggart "Ugly" McKenzie jamás lo atraparon en su dilatada carrera como bandido y salteador de caminos. Durante más de treinta años tuvo oportunidad de desvalijar diligencias, caravanas y viajeros solitarios en Texas, Nuevo Mexico, Arizona y Colorado. Los suyos se caracterizaban por ser asaltos donde raramente las víctimas sufrían daños, aunque muchos testigos declararon que McKenzie parecía estar siempre extremadamente nervioso y disparaba sus armas al aire con enorme profusión. Jamás consiguió robar un botín tan sustancial como para permitirle dejar su vida de crimen, pero si acostumbraba a obtener dinero sufiente como para desaparecer durante largas temporadas. No se le conoce ninguna víctima mortal y siempre consiguió evitar enfrentamientos directos con las fuerzas del orden y los mercenarios cazadores de recompensas.

Tras cumplir cincuenta y dos años, Ugly McKenzie abrazó la fe de Joseph Smith y se instaló en Utah, donde vivió plácidamente con sus 8 esposas y 15 hijos en una granja comprada con los ahorros de una vida de robos. Nunca trató de esconder su pasado. En una carta al Tribune de Salt Lake City declaró lo siguiente:

"Jamás he dañado a nadie. Nunca lo he pretendido, pero los caminos del Señor son misteriosos y por prevención contra mí mismo y mis instintos pecadores, tomé desde el principio la determinación de cargar mis armas con munición de fogueo. Nunca en mi vida he disparado un arma cargada con balas de verdad. Es cierto que me he visto envuelto en peleas a puñetazos con otros hombres e incluso en alguna ocasión he golpeado a alguna de mis víctimas, pero siempre con la intención de evitar males mayores y tratando de no causar heridas graves. Estoy seguro de que mi señor Jesucristo sabrá perdonarme estas pequeñas faltas.

Siempre traté de intimidar a mis víctimas disparando al aire tanto como fuese posible, para que así pensaran que yo era peligroso y que tenía el gatillo fácil. Es verdad que mi truco siempre funcionó, pero yo era perfectamente consciente de que en alguna ocasión podía encontrarme con alguien realmente peligroso y salir mal parado. Como no tenía nada que perder no me importaba.

La prueba de que mis decisiones en la vida han sido las correctas está en el hecho de que el cielo me ha permitido llegar hasta aquí para arrepentirme de mis pecados junto con mis esposas e hijos. Ningún hombre podría pedir más."

jueves, 19 de julio de 2007

Stälhammar y la Historia impenitente

Alguien dijo que las ideas concebidas por un filósofo en la soledad de su gabinete pueden originar efectos devastadores en el mundo real. Éste sería el caso del académico sueco Svend Stälhammar (1835-1916), quien fuera responsable de uno de los más notables sabotajes a la historia enciclopédica de la humanidad. Dado el alcance y la implicación de su fechoría, podría decirse que este subversivo historiador de la Universidad de Estocolmo no tenía otro propósito que desbaratar y poner en tela de juicio todo lo referente a la historia oficial que se enseña en nuestras universidades, pero no obstante los estudiosos todavía se preguntan cuál pudo ser la verdadera motivación de Stälhammar al llevar a cabo una acción que distorsionaba y malversaba deliberadamente los fundamentos de la institución a la que servía.



Tras una existencia dedicada al estudio y la docencia, Stälhammar llegó a integrar la Academia Real de Historia y Humanidades de Estocolmo en 1905. Pudo jactarse toda su vida de haber llevado una carrera ejemplar, labrándose un lugar meritorio en los círculos académicos de su país. Entre las contribuciones más importantes de Stälhammar, destacan sus trabajos sobre los enciclopedistas franceses y la Ilustración; la traducción ampliada y revisada de la Enciclopedia de Diderot, empresa que le valió el premio Nacional de Ciencias Humanas en 1902; así como numerosas aportaciones en materia de historicismo e investigación. Nadie podía imaginar que su obra póstuma, la que debía ser el mayor legado del historiador sueco a la historia cultural de su nación, se vería empañada por la sombra de un hecho tan sorprendente como descabellado.



Durante sus últimos años de vida, Stälhammar trabajó duramente en la elaboración de una enciclopedia universal que, según él, superaría a todas las enciclopedias anteriores. Tras la muerte de Stälhammar, se recogieron los numerosos archivos de entradas y artículos del académico y se procedió a la publicación de su enciclopedia. El caso es que nadie reparó demasiado en el texto, debido a que Stälhammar gozaba de una confianza plena entre sus compañeros de profesión, y de este modo todos descubrieron demasiado tarde la trampa del viejo profesor.



En su enciclopedia de 57 tomos en edición de lujo encuadernada en piel de alce e hilo de oro, Stälhammar introdujo una larga serie de episodios históricos ficticios, modificó y relacionó otros tantos, inventó personajes de la historia de los que no se guarda constancia, y un sinfín de variaciones arbitrarias que sólo podían responder al diabólico plan secreto de su autor. Entre otras cosas, Stälhammar afirmaba que Napoleón había invadido Alemania; atribuía a Aristóteles un tratado sobre los sueños; mencionaba artistas del Renacimiento inexistentes o introducía monográficos de inventores, escritores y filósofos desconocidos.



En la década de los setenta se fundó un club clandestino de escritores e intelectuales en Dublín, Irlanda, todos ellos admiradores del legado de Stälhammar. Se cree que este grupo difunde en secreto toda clase de tergiversaciones históricas con el único fin de sabotear la cultura, a través de periódicos, libros o seminarios, y cuentan ya con numerosos miembros de todas partes del mundo. No han faltado las voces de protesta de las academias oficiales y profesionales de la docencia, pero hasta la fecha nadie ha logrado desenmascarar a los que el Times calificó de “terroristas culturales”.



Terroristas o no, el Club de los Adeptos de Stälhammar prosigue su labor en secreto, y cada día nuestra historia se hace un poco menos histórica. En cualquier momento, en cualquier pasaje de una revista, un panfleto o incluso un diccionario, puede acontecer la mano de estos fabuladores impenitentes que hicieron del historicismo su particular modo de inventiva. ©




La Ética de Vonnegut

Discurso de graduación del MIT, 1997
por Kurt Vonnegut.


"Damas y caballeros del curso de 1997:

Usen crema de protección solar.

Si solamente pudiese darles un consejo para el futuro, sería que usen crema de protección solar. Los beneficios a largo plazo de la protección solar han sido demostrados por la ciencia, mientras que el resto de mis consejos no tienen más justificación que mi propia e insegura experiencia. Les daré estos consejos ahora.

Disfruten del poder y la belleza de su juventud. No se preocupen. No comprenderán el poder y la belleza de la juventud hasta que se hayan marchitado. Pero créanme, en 20 años verán fotos de ustedes y comprenderán de una manera que ahora les resulta imposible cuántas posibilidades yacían ante ustedes y cuán bellos eran. No están ustedes tan gordos como creen.

No se preocupen por el futuro. O sí, preócupense. Pero sepan que preocuparse es tan efectivo como tratar de resolver una ecuación algebraica masticando chicle.

Los verdaderos problemas de sus vidas serán cosas que nunca se han cruzado por su mente, el tipo de cosas que les abruman de repente a las 4 de la tarde de un aburrido jueves.

Hagan cada día algo que les asuste hacer.

Canten.

No sean imprudentes con los sentimientos de otras personas. No acepten que otros sean temerarios con los sentimientos de ustedes.

Sean tranquilos.

No malgasten su tiempo con los celos. A veces estás por delante, otras veces estás detrás. La carrera es larga y al final, se compite sólo con uno mismo.

Recuerden los cumplidos que reciben. Olviden los insultos. Si consiguen hacer esto, díganme cómo.

Conserven sus viejas cartas de amor. Tiren a la basura la correspondencia del banco.

Hagan estiramientos.

No se sientan culpables por no saber qué hacer con sus vidas. La gente más interesante que conozco no sabían que hacer con sus vidas cuando tenían 22 años. Algunas de las personas de 40 años más interesantes que conozco siguen sin saberlo.

Tomen mucho calcio. Cuídense las rodillas. Las echarán en falta cuando dejen de funcionarles.

Tal vez se casen, tal vez no. Quizá tengan hijos, quizá no. Puede que se divorcien a los 40 o puede que bailen el pollo loco en su 75º aniversario de bodas.

Hagan lo que hagan, no sean demasiado indulgentes con ustedes mismos. Tampoco sean excesivamente estrictos. Sus opciones rondarán siempre el 50%, como las de todo el mundo.

Disfruten de su cuerpo. Úsenlo de todas las maneras que puedan. No le tengan miedo ni se preocupen por lo que otras personas puedan pensar de él. Es el mejor instrumento que nunca tendrán.

Bailen. Incluso si no tienen más lugar para hacerlo que el salón de su casa.

Lean siempre las instrucciones aunque luego no las sigan.

No lean revistas de belleza. Solamente les harán sentir feos.

Llévense bien con sus padres. Nunca se sabe cuando van a dejar de estar ahí.

Traten bien a sus hermanos. Son su mejor enlace con el pasado y los únicos que les seguirán apoyando en el futuro.

Comprendan que las amistades van y vienen, pero que deben mantener a esas pocas que son preciosas.

Hagan lo posible por sobreponerse a las distancias geográficas y a las diferencias culturales ya que, cuanto más viejos se hagan, más necesitarán a la gente que les conocía de jóvenes.

Vivan en New York al menos una vez, pero váyanse antes de que les haga demasiado duros. Vivan en California al menos una vez, pero váyanse antes de que les haga demasiado blandos. Viajen.

Acepten algunas verdades inalienables: subirán los precios, los políticos les engañarán, ustedes también se harán viejos y, cuando lo sean, ustedes también fantasearán con que antes los precios eran más razonables, los políticos más honestos y los jóvenes más respetuosos con sus mayores.

Respeten a sus mayores.

No esperen que nadie les mantenga. Tal vez encuentren alguien dispuesto a invertir dinero en ustedes. Quizá se casen con una persona rica. Pero nunca sabrán cuando les van a dejar tirados.

No se hagan demasiadas porquerías en el pelo o a los 40 parecerá que lleva 80 años con ustedes.

Tengan cuidado con los consejos que reciben pero tengan paciencia con los que se los ofrecen. El consejo es una forma de nostalgia. Aconsejar a la gente es una forma de recuperar el pasado de la basura, limpiarlo, darle una capa de pintura y reciclarlo para que parezca mejor de lo que nunca fue.

Háganme caso en lo de la protección solar."

(Traducido del inglés por Julkarn)

martes, 17 de julio de 2007

Noticia de un sueño

En 1883, el redactor jefe del periódico norteamericano Boston Globe, Ed Sampson, tuvo un sueño que algunos tildarían de premonitorio, pero que, dado el carácter pragmático y tal vez ávido de noticias del propio periodista, éste no dudaría en atribuir a un hecho de la realidad. Es posible que la decisión final estuviera sugestionada por el hecho de que, en el momento de tener su sueño, Sampson se hallaba bajo los efectos de una proverbial borrachera, pero eso no desmerece un ápice el sorprendente desenlace de su historia.

Sampson había soñado que una isla llamada Pralape era desolada por un volcán en el archipiélago de Indonesia, con el resultado de treinta y seis mil personas fallecidas. A tal punto este sueño impactó al periodista, que sin dudarlo se apresuró a redactar la noticia y ésta apareció publicada en el periódico a la mañana siguiente.

Sin embargo, tras comprobarse que una isla de nombre Pralape no existía en todo el globo, Sampson fue despedido del periódico de manera fulminante.

Un día después de este calamitoso suceso, un volcán hizo erupción en la isla de Krakatoa, originando un maremoto que segó la vida de treinta y cinco mil personas. La sorpresa de los historiadores, así como la del propio Sampson, sería mayúscula al demostrarse posteriormente que la isla Krakatoa era conocida hasta el siglo XVII bajo el nombre de Pralape.

Pese a la flagrante corroboración sísmica del sueño de Sampson, no se sabe que el periodista recuperase su empleo. Hacia el final de su vida trató de inducirse a tener sueños premonitorios que anticipasen catástrofes naturales, llegando a solicitar un cargo de relevancia en cierta compañía de seguros, pero lo más que llegó a predecir de este modo fue el divorcio de su propia esposa y la muerte de un caballo enfermo. ©

sábado, 14 de julio de 2007

Nerval o el delirio

Gérard de Nerval fue uno de los escritores más representativos del romanticismo francés. Entre sus méritos se cuentan la elaboración de poemas y libros de relatos llenos de turbación; tradujo al francés a Goethe, Schiller y Heine; viajó por Oriente y Europa; entabló amistad con algunas de las figuras culturales más notables de su tiempo, y se dice que inventó la palabra “surrealismo”, que André Breton y los suyos tomaron de él. Fue un prodigio en acaparamiento de desarreglos psíquicos tales como el trastorno bipolar, el sonambulismo o la esquizofrenia; hizo célebre la imagen del poeta paseando a una langosta con una cinta rosa, y cuentan de él que pasaba el tiempo en los internados psiquiátricos instruyéndose sobre magia y cábala. En general, Nerval representa el arquetipo del “poeta maldito” por excelencia.

La inclinación de este autor por los planos más oscuros y fluctuantes de la imaginación es incuestionable, pero asimismo, Nerval padecía la misma compulsión irrefrenable y autodestructiva que parece ser la seña de identidad de tantos otros espíritus turbulentos que como él han hollado la tierra; nos referimos a su gusto por las experiencias visionarias y el empleo de psicotrópicos, tal vez como intento de vislumbrar el mundo de los sueños, particularmente agitado y convulso en su interior. No es casual la poderosa semejanza que existe entre las experiencias con fármacos o psicotrópicos y las metáforas poéticas de lo onírico, de las que Nerval era todo un maestro.

Junto a Téophile Gautier, quien compartiera una fecunda amistad con el alucinante poeta, solían acudir con asiduidad al llamado “club de los hachisianos”, un fumadero de opio situado en los bajos fondos de París. Allí pasaban tardes de infinito delirio, recostados en el mullido colchón de la enajenación, y quién sabe si no proyectarían en ese lugar algunas de las historias que más tarde hicieron populares en sus narraciones. Posteriormente los dos amigos recordarían un capítulo que podría tener cierta relevancia en lo concerniente al trágico final de Nerval, aunque no por ello se ajuste a la razón.

En la correspondencia privada que durante su vida mantuvieron Nerval y Gautier, se encuentra por cuatro ocasiones la mención a una vieja gitana que provenía del este de Europa, la cual practicaba la adivinación y toda suerte de encantamientos con la habilidad que sólo estas personas manejan. Es destacable, a la vez que extraño, que ninguno de ellos se prodigue en detalles sobre este misterioso personaje, así como la patente disparidad entre la descripción física que uno y otro hacen del mismo. Según uno, la anciana tenía un solo ojo y era completamente calva; según el otro, ésta exhibiría una abundante melena y un muñón en el lugar de la mano derecha. El único punto en el que ambos parecen coincidir es que la anciana era una asidua del “club de los hachisianos”.

Años más tarde, al morir prematuramente la amada y musa de Nerval, el poeta confesaría en una carta a su amigo que la hechicera había ocasionado su muerte. Esta afirmación tal vez deba achacarse a uno de los tantos delirios del escritor, si bien tampoco esclarece la existencia efectiva de la anciana.

Según pudo dilucidar Gautier de entre la bruma intoxicada que rodeaba la memoria así como las cartas de su amigo, la anciana le habría propuesto al poeta un trato abominable: como si de una princesa fáustica se tratase, se cree que pudo ofrecerle el dominio de la palabra a cambio del alma de una joven de espíritu puro. Según parece Nerval se debatió largamente contra esta perspectiva, e incluso se especula que su viaje por Oriente estuviese motivado por el deseo de encontrar a la vieja hechicera y ofrecerle su propia alma a cambio.

Ninguno de ellos volvió a saber nunca de la anciana, ni nadie, entre los regentes y la clientela del fumadero de opio, pudo dar fe de una persona así descrita.

En 1855, Nerval se ahorcó colgándose de una farola en una calle de París.

Cierto o no, alucinación o fantasía, este apunte no pretende establecer juicio alguno sobre la figura del genial escritor francés. En última instancia, sólo puede dudarse de estas reflexiones y las de sus protagonistas, en un caso que trasciende el historicismo y la veracidad para sumergirse de lleno en el terreno del delirio. ©