
Tras una existencia dedicada al estudio y la docencia, Stälhammar llegó a integrar la Academia Real de
Historia y Humanidades de Estocolmo en 1905. Pudo jactarse toda su vida de haber llevado una carrera ejemplar, labrándose un lugar meritorio en los círculos académicos de su país. Entre las contribuciones más importantes de Stälhammar, destacan sus trabajos sobre los enciclopedistas franceses y la Ilustración; la traducción ampliada y revisada de la Enciclopedia de Diderot, empresa que le valió el premio Nacional de Ciencias Humanas en 1902; así como numerosas aportaciones en materia de historicismo e investigación. Nadie podía imaginar que su obra póstuma, la que debía ser el mayor legado del historiador sueco a la historia cultural de su nación, se vería empañada por la sombra de un hecho tan sorprendente como descabellado.


En su enciclopedia de 57 tomos en edición de lujo encuadernada en piel de alce e hilo de oro, Stälhammar introdujo una larga serie de episodios históricos ficticios, modificó y relacionó otros tantos, inventó personajes de la historia de los que no se guarda constancia, y un sinfín de variaciones arbitrarias que sólo podían responder al diabólico plan secreto de su autor. Entre otras cosas, Stälhammar afirmaba que Napoleón había invadido Alemania; atribuía a Aristóteles un tratado sobre los sueños; mencionaba artistas del Renacimiento inexistentes o introducía monográficos de inventores, escritores y filósofos desconocidos.
En la década de los setenta se fundó un club clandestino de escritores e intelectuales en Dublín, Irlanda, todos ellos admiradores del legado de Stälhammar. Se cree que este grupo difunde en secreto toda clase de tergiversaciones históricas con el único fin de sabotear la cultura, a través de periódicos, libros o seminarios, y cuentan ya con numerosos miembros de todas partes del mundo. No han faltado las voces de protesta de las academias oficiales y profesionales de la docencia, pero hasta la fecha nadie ha logrado desenmascarar a los que el Times calificó de “terroristas culturales”.
Terroristas o no, el Club de los Adeptos de Stälhammar prosigue su labor en secreto, y cada día nuestra historia se hace un poco menos histórica. En cualquier momento, en cualquier pasaje de una revista, un panfleto o incluso un diccionario, puede acontecer la mano de estos fabuladores impenitentes que hicieron del historicismo su particular modo de inventiva. ©

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