viernes, 29 de junio de 2007

El geólogo y la serpiente

En 1929 el geólogo noruego Henrich Stöll se aventuró por las marismas del mar Auteo, en Siberia, cerca de la senda abierta por Marco Polo para cruzar de los Urales a la tierra de los mogoles. Según contaría a su regreso de aquel viaje, las condiciones adversas de la zona lo obligaron a extraviarse por las llanuras de la Gran Rusia, de forma que fue a parar a una aldea perdida por obra del azar. En ese lugar alejado de todo contacto con la civilización, Stöll trabó contacto con sus habitantes, cuya hospitalidad le salvó de una muerte segura. Pero, no bien el geólogo se repuso de la fatiga, tuvo ocasión de presenciar un culto desconocido que los habitantes de la aldea practicaban desde hacía centurias en ese lugar.

El explorador, que era incapaz de comprender el lenguaje de sus anfitriones, fue testigo de las ceremonias ritualísticas de carácter religioso que dominaban la vida de aquellas gentes, a las cuales asistió con asombro. Más tarde describiría un tosco santuario en el interior de una cueva, donde los aldeanos varones se reunían a adorar el torso disecado de un hombre con cabeza de serpiente. Asimismo, Stöll comprobó que la serpiente era una figura preponderante en la imaginería de aquellos salvajes, que ornamentaban sus herramientas o tejidos con las representaciones propias de este animal. Esto era aún más extraño si se tiene en cuenta que dicha criatura no abunda en esas regiones.

De este modo, Stöll desarrollaría una confusa hipótesis sobre la procedencia de aquel culto inusitado. En sus notas, Stöll recupera la ancestral creencia según la cual la serpiente era el guardián de la ciencia simbolizada en la naturaleza (y más concretamente en el árbol según otras culturas). Pero los habitantes de aquella aldea no presentaban rasgos agricultores, dedicados a la caza y el ganado. Tal vez el ídolo-reptil provenía de las migraciones protoarias del continente asiático que adoraban a otro ser magnífico, el Draco, que en el Talmud es un demonio y en la Biblia un reptil. Veneradores de la serpiente eran los arameos gnósticos, y la diosa madre de los escitas mostraba un torso del mismo animal. Son también serpientes las que hallamos tirando junto a leones del carro de Deméter, en una vasija de Cnosos; asimismo, no es casualidad que una serpiente enrosque el brazo de Isis, o que sea el agatodemo protector de los secretos mistéricos. Encarnado en serpiente Zeus dejó preñada a Perséfone de un niño cornudo, Dyonisos, que tras adoptar la forma de un toro sería despedazado por los Titanes. La serpiente Kundalai de los vedas, rectora del tiempo y el espacio, de las rotaciones universales, y ya fuere como dragón o serpiente, manantial de innumerables cultos y creencias. En el Egipto más inveterado, dos divinidades ostentaron los rasgos de la bestia sinuosa, sendero del desierto. Una fue Remenuete o Thermuthis, diosa benéfica que representaba la abundancia y las cosechas; la otra sería el reverso oscuro o masculino, Set-Baal, icono infernal de una secta cruel, los setitas, que ofrendaban hombres y ritos abominables…

Stöll comprendió demasiado tarde el fatal trasfondo que sobre él se cernía, y faltó poco para que sus anfitriones lo atrapasen al caer la noche del tercer día, en el interior de la cabaña que ellos mismos habían dispuesto para él. Stöll no lo sabía, pero aquella cabaña debía ser su última morada, y aún pudo ver mientras escapaba los preparativos para una pira funeraria.

Henrich Stöll fue galardonado cuatro años más tarde con el Premio Internacional de Exploraciones Von Humboldt. Murió en 1949, según nos cuentan sus biógrafos, a causa de una picadura de serpiente en el transcurso de una expedición a la selva del Orinoco. ©

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