sábado, 7 de julio de 2007

El aplazador

Al-bu-Mahnramn fue uno de los generales más beligerantes del sultán otomano Ahmed I. Entre otras cosas fue un valioso estratega y furibundo iconoclasta, pero no obstante todos le recuerdan hoy por la extraña historia que de él cuentan las leyendas turcas, y de la que aquí nos hacemos eco.

Un buen día, el general mantenía una acalorada charla con un enviado de la corte de Venecia al que habían acogido en el palacio de Topkapi, Estambul. El tema de su discusión no era otro que el arte europeo, hacia el que Mahnramn, un hombre culto e ilustrado como pocos en el ya decadente imperio de los otomanos, profesaba un profundo recelo. El general, conocedor del desarrollo de la pintura europea, le dijo al enviado de Venecia: “¿Acaso no son también los pintores de la realidad, aquellos que proliferan en las cortes cristianas de Europa, hacedores del mundo? Pues a través de sus imágenes se extiende la creación de Dios, que es el más grande de los artistas.” Y a continuación profirió la profecía que lo haría célebre y deudor de muchos seguidores, quienes, tras jurarle lealtad, proyectarían sus palabras por el resto de la Historia: “Un día –dijo--, el mundo de la pintura colmará el cerco de sus marcos. Y conquistará el mundo creado.”

El año de su sultanato, Al-bu-Mahnramn partió con un ejército de trescientos mil hombres desde la capital otomana hacia Roma. Quienes los vieron cruzar los Cárpatos, así como los regimientos que no osaron hacerles frente, no pudieron sino llorar por el destino de la capital cristiana. No se dudó de la pronta llegada del ejército otomano a las murallas de Roma, y entrado el siglo XVII, en las capitales de Europa corría la noticia de que el temible regimiento aún avanzaba en serena formación, con el firme propósito de destruir las obras de los artistas clásicos de Occidente.

Aún hoy, la guardia de Roma, impotente ante tan implacable adversario, permanece alerta a la espera de avistar al general y a su ejército en el horizonte. Algunos teólogos e imanes interpretaron en esta angustiosa espera una de las potestades de Alá, el cual, en uno de sus 99 nombres, es llamado el Aplazador. ©




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